viernes, 1 de febrero de 2008

CABEZABAJO


Papá se puso bravo y viró la casa al revés, ahora todos tenemos que andar con la cabeza para abajo. Hasta hace una semana mi apartamento era uno más en el edificio. Un apartamento corriente y moliente. Bueno, lo de corriente pasa, pero lo de moliente. En mi casa no se muele ni el maíz, todo se compra ya listo para cocinar. No es que seamos vagos, el asunto es que papá y mamá trabajan fuera, el abuelo tiene su taller de mecánica al doblar la esquina, Adrián va al jardín de la infancia, y yo voy a tercer grado. Por eso casi nunca estamos en casa, sólo en las noches y los fines de semana.
Hace una semana papá se enojó mucho y dijo algo como: ¡En esta casa vivimos, pero se perdió la convivencia! Acto seguido viró la casa al revés, y empezaron los problemas. En un inicio pensé que aquello había sido para buscar la convivencia. Cuando algo no aparece y papá le pregunta si lo buscó, mamá le contesta que ha vuelto la casa al revés y no lo ha encontrado. Pues no, me había equivocado, papá no buscaba la convivencia esa porque, si así hubiera sido, se hubiese quedado registrando la casa, pero lo que hizo fue bajar y sentarse en el banquito del parque a mirar el mar, como cuando las cosas no le salen bien.
Los primeros días no me preocupé mucho por la dichosa cosa que se había perdido. Era muy divertido andar cabeza abajo. Mamá ya no nos mandaba para el parquecito cuando iba a limpiar, ni decía que subiéramos los pies, ahora no limpiaba el piso, sino el techo, que era lo primero que veían las visitas antes de entrar al apartamento. Lo que más tenía que limpiar era la sala porque la alfombra, que papi trajo en uno de sus viajes, con esto de vivir en las alturas del piso (que ahora estaba en el lugar del techo) se las pasaba mareada, pues nadie supo hasta ese momento que padecía de vértigo. Cada vez que tragaba un poco de polvo lo expulsaba entre contorsiones, provocándole coriza a la lámpara que ahora se encontraba debajo de ella, por eso se formaba el caos en el techo entre la agüita de la lámpara y el polvo de la alfombra para disgusto de mami que es quien limpia.
Otra de las diversiones era mirar por la ventana. Eso de tener el cielo bajo tus pies te da una sensación de permanecer flotando, bueno, si no se levanta la cabeza. Si mirabas hacia arriba parece que la tierra completa se te viniera encima.
Como les decía, los primeros días fueron divertidos, pero con el paso del tiempo se fue volviendo fastidioso. Los vecinos no venían, tal vez les era incómodo vernos comer tratando de que los frijoles no se nos escaparan del plato, o temían tropezar con el ventilador de techo. Si por cualquier razón alguno tenía que visitarnos, se quedaba parado en la puerta sin atreverse a cruzarla. Lo extraño era que apenas traspasabas el umbral te ponías cabezabajo casi sin notarlo. El problema era que ya la gente del edificio nos miraba raro y cuando pasábamos decían entre sí cosas como: excéntricos, o snobs. Realmente no sé que quieren decir ninguna de las dos, más no me agradaba nada tener que oír los cuchicheos.
A papá casi no podía dirigírsele la palabra en esos días, cuando uno intentaba hablar te preguntaba si habías hecho algo en la casa. Mamá se la pasaba limpiando el techo del agüita sucia que soltaba la alérgica alfombra, Adrián se la pasaba saltando para tratar de tocar el techo porque decía que como ahora estaba debajo de él sería más fácil llegar. El abuelo, en cambio, se llevó un catre para el taller explicando que andar en esa posición haría que la sangre se le fuera para la cabeza. No podía contar con nadie, y la dichosa convivencia sin aparecer. Entonces me alumbró el bombillo, claro ahora la claridad más grande para la cama era la del bombillo porque el sol sólo daba en la cama al amanecer y al atardecer ya que la ventana estaba por debajo. Lo que tenía que hacer era buscar un detective.
La búsqueda de un detective es una tarea muy detectivesca, fue lo primero que pensé tras un día de recorrer la ciudad tratando de hallar uno. El teniente Pérez se encontraba del otro lado de un oscuro túnel tras la pista de unos desaparecidos libros de escritores noveles. Florecita Chang se había tomado unas merecidas vacaciones y su pareja de caso, la oficial Olga, estaba en el peliagudo caso conocido como "Operación anti–buró", y la archiconocida Coti no pudo atenderme, quizás creyó que le iba a pedir un autógrafo. Gracias a ciertas recomendaciones, me dirigí al barrio chino, tras las huellas del conocido Chan Li Po. Después de pasar cuatro puestos de maripositas chinas, dos tiendas de pececitos, más de quince restaurantes en sólo una cuadra, y atravesar un mercado agropecuario arribé a lo que fuera la oficina del detective. Se encontraba en un desvencijado edificio, al que se llegaba pasando el parqueo de un antiguo restaurante. La decepción me atrapó: el ! edificio estaba en ruinas y en medio de ellas sólo había un quiosco de refrescos. Un anciano chino de obvia descendencia asiática, creo que era el tercero que veía en todo el barrio chino, me comentó el fallecimiento del famoso investigador. ¿Qué hacer sin detective? Tenía que hallar la convivencia para poner normal otra vez la casa.
Al ver mi desesperación, el anciano me recomendó que fuera dos calles más allá, y que preguntara por Pancho. ¿Pancho? Bueno, le dicen así, pero su nombre es Pan Cho Li, y es nieto del detective Li Po –fue su comentario. Con un poco más de esperanza seguí caminando.
–Por favor, dónde vive Pancho –pregunté a unos niños de mi edad que bailaban trompo en una calle por la que parecía que no pasaba un carro hacía siglos.
–El chino vive en la esquina, ¿qué pasó, perdiste algo?
–Algo así –respondí un poco cortado para no explicar que mi casa estaba cabeza abajo.
La casa de Li estaba abierta. Toqué suavemente la puerta. La voz no cambiaba la R por la L.
–Pasa que está abierto.
El señor Li estaba sentado en un sillón junto a la ventana, sus rasgos eran de chino, pero su piel tenía el tinte del mulato como mis primos.
–¿En que puedo ayudarte? –me preguntó con delicadeza, pero con un tono que me quitó las ganas que tenía de decir: Me equivoqué de puerta.
–Buenoenmicasaseperdiólaconvivenciaymipapálavirócabezabajo –dije de carretilla para no tartamudear.
–Así que tu casa está cabeza abajo porque se perdió la convivencia.
–Sí, y quisiera que usted viniera para que me ayude a encontrarla –le expliqué un poco más calmado ante su paciencia.
–Para eso no tengo que ir hasta tu casa.
Mi asombro llegó al límite en ese instante, no sé por qué, pero recordé que un día papi me habló de un detective con un nombre raro, extranjero. Algo así como Cherlojolmes que descubría las cosas haciendo preguntas, sin ir a los lugares donde sucedían. Lo que no sabía era que ese tipo de investigadores abundara.
Pancho me invitó a sentarme y gritó para dentro: –Vieja, trae refresco para el niño. Después dirigiéndose hacia mí preguntó:
–¿Dónde vives?
–En un apartamento cercano al mar.
–A mí me encanta el mar, por allá atrás tengo un par de abanicos de mar y dos o tres piedras que he recogido en playas donde hemos estado mi esposa y yo.
–A mí también me gusta, pero donde vivo está muy contaminado, y casi no vamos porque los fines de semana mi mamá los dedica a lavar, limpiar y hacer cosas de la casa, y mi papá busca los mandados que antes no pudo recoger y a preparar las clases para sus alumnos.
–¿Y tienes hermanitos?
La conversación comenzaba a preocuparme porque preguntando cosas de mi familia no veía por dónde iba a aparecer la convivencia, y no me gustaba que sospechara de mi familia, por lo que respondí:
–Sí, pero es pequeñito y no pudo esconder la convivencia, pues ni el mismo sabe dónde deja sus juguetes.
–Yo no sospecho de tu hermanito –me dijo sonriendo–. Solo te preguntaba para conocer quienes viven en tu casa.
–En mi casa somos mami, papi, el abuelo, Adrián, y yo.
–¿A qué hora sales de la escuela? Y cuéntame bien detallado lo que haces hasta que duermes. Es muy importante para la investigación.
–Salgo de la escuela a las cinco, que es la hora en que el abuelo va a recogerme. Caminamos por la orilla del mar hasta llegar a nuestra cuadra. Abuelo me deja en la puerta del edificio y se va al taller, yo subo, dejo mis libros de la escuela y bajo a jugar en el solar de la esquina. ¿Todo esto usted lo va a poner en la investigación?
–Quizás no todo ¿por qué?
–Es que a veces Rafael y yo nos entretenemos en tocar algunos timbres de puertas y salimos corriendo y nos escondemos en el vestíbulo del edificio.
–No te preocupes, eso no es correcto, pero muchos niños, incluido yo, lo hicimos. Trata de no molestar mucho.
–Mami llega a las 5 y media con Adrián y me llama a las 6 para que me bañe. Me pongo un short cuando salgo del baño, como a las siete, papi me ayuda a hacer las tareas, veo la televisión, y me acuesto a las 9 y media.
–¿Y Adrián?
–Adrián está en el círculo, lo único que hace es pedir a papi que juegue con él, que le dé caramelos, y llorar si no le gusta la comida.
–¿Dónde dejaste la ropa cuando te bañaste ayer y los libros de la escuela?
Lo miré sorprendido, ¿se me habría perdido la ropa y los libros junto con la convivencia? Lo único que faltaba era que me dijera que había perdido mi camión de pilas nuevo.
–La ropa en el piso del baño, y la mochila en la sala –dije casi susurrando.
–Al terminar la comida, ¿llevaste los platos para la cocina, y estiraste la cama al levantarte? ¿Tal vez jugaste con Adrián?
–Con Adrián es muy difícil jugar porque casi no entiende los juegos. ¡Ah! Dejé los platos en la mesa, y la cama la estira mi mamá, no me diga que todo eso se perdió.
–No, no se ha perdido –la respuesta de Li hizo soltar el aire que estaba aguantando– creo que tengo la solución del caso.
–¿Y se enderezará la casa? Dije casi con alivio.
–Eso espero. La solución es fácil, juega con Adrián, si él no entiende tus juegos, trata de tú comprender los suyos, y así ayudas a papá con sus tareas –al decirme esto me quedé pensando, yo suponía que como él es profesor es el que pone tareas, pero Li siguió–. Tu plato no pesa mucho, puedes llevarlo al fregadero, y estirar la cama por la mañana. También, dejar la ropa sucia donde suele ponerla tu mamá.
–¿Y con eso aparecerá la convivencia?
–Tal vez haga falta un poquito más, pero es un comienzo.
Salí no muy seguro y caminé hasta mi casa. Fui directo al baño, y al terminar recordé el consejo de Pan Cho Li, a pesar de que casi lo olvido jugando a que el barquito flotara con la bandera bajo el agua, como si navegara con la tripulación sumergida. Lancé con un movimiento de muñeca, como me enseñó el profesor de baloncesto, el short dentro de la ropa sucia, y después de comer hice equilibrios por una línea de losas del piso con mi plato en la mano cual si caminara por la cuerda floja.
A la hora de dormir mami vino con papi y me preguntaron cómo me sentía. Les dije que bien, sólo un poco cansado. Se miraron y fueron a dormir. Yo me quedé observando las estrellas debajo de mí, imaginaba estar en una nave espacial.
El resto de la semana seguí practicando tiros al aro con mi ropa y el cesto, y equilibrio con los platos, la cama no me salía también. El abuelo, hasta me pidió que le alcanzara sus herramientas cuando arregló la cocina de la casa. Hace quince días de eso, papá ya no anda molesto y no habla de la perdida convivencia, por cierto dentro de un rato nos vamos a la playa, lo único que siento es que ya no veo el cielo bajo mis pies cuando miro por la ventana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ES MUY DIFICIL RECORDAR NUESTROS PENSAMIENTOS Y EXPLICACIONES EN LA EDAD INFANTIL...ES LINDO SABER QUE CUANDO LLEVAS UN NIÑO DENTRO( DIGO DENTRO DE TU CABEZA NO ESPERANDOLO 9 MESES MAS TARDE) ES COMO UNICO TE DAS CUENTA QUE A VECES NOS PREOCUPAMOS MUCHO PERO NOS OCUPAMOS POCO DE LAS COSAS COTIDIANAS HACIENDO UN AGOBIO EL DIA COTIDIANO, YO NO HE CRECIDO MUCHO, MI CUERPO SI Y A VECES SOLO NOTO QUE ME HAN CRECIDO LOS PIES....GRACIAS EDUARD TE QUIERO...