lunes, 18 de febrero de 2008

ESTORNUDOS

Todo comenzó con un ligero cosquilleo y terminó en una sarta de estornudos incontrolables. Y vinieron los problemas. Aparecieron llaves en la sopa y un par de monedas de veinticinco centavos decorando la ensalada de mariscos. El acabose.
Si no pasó nada fue porque el cocinero dueño del pantalón con el bolsillo estornudador era también propietario del restaurante, y aquel pantalón le gustaba mucho por lo cómodo.
El bolsillo no paraba de estornudar, y en cada ocasión que lo hacía lanzaba su contenido hacia todas direcciones. La situación se ponía incómoda, muchos clientes protestaban. No es nada agradable tomarse una crema de queso y pañuelo, un bistec adobado con la tarjeta de presentación de un quiropedista, o ¡peor aún! una paella con raya al medio hecha por un peine con dos dientes de menos.
Los clientes comenzaron a faltar, sin importarles el éxito que había tenido el restaurante durante toda la temporada, ni lo variado y sabroso de los platos. Entonces, el cocinero comenzó a desesperarse. Primero optó por dejar el bolsillo vacío, así no podría lanzar nada. Fue en vano. Al estar vacío, el bolsillo, con cada estornudo se viraba al revés mostrando, para su vergüenza, todo su interior fuera del pantalón. Y en alguna que otra ocasión se las ingenió para embarrarse de mayonesa al salir.
Por aquellos días un cliente, compadeciéndose del dueño del restaurante, le recomendó que fuera a un sastre para que le amputara el bolsillo. El cocinero se horrorizó ante la idea. ¿Acaso los sastres usaban anestesia para ese tipo de operaciones? ¿ Y si su bolsillito querido sufría mucho? Además aquello provocaría que no tuviera dónde guardar los pedidos de los comensales. Mas, pensándolo mejor, decidió ir a ver al sastre, no para que le cortara el bolsillo estornudaticio, sino para que lo aconsejara.
El sastre, que era nuevo en el negocio, se quedó boquiperplejo, que es algo así como con la boca perpleja y el rostro abierto. Los bolsillos que él cosía eran alargados, pequeños para guardar monedas, anchos, por fuera, y otros mil diseños diferentes, pero nunca le habían enseñado cómo librar de estornudos a uno. Preocupado tomó el teléfono y llamó a todos sus profesores y condiscípulos. Incluso se comunicó con el sastrecillo valiente, mas este le objetó que lo de él era matar a siete de un golpe, no enfrentarse a un bolsillo paranoico-agresivo y lanzador de cosas.
Después de varias consultas entre sí y revisar cientos de libros y documentos antiguos, hasta “Cómo confeccionar chalecos anti-mamut”, escrito por un hombre de las cavernas. La comisión de sastres y costureras determinó que se sentían desnudos ante el problema. Y eso es mucho decir de las afamadas y afamados hacedores de ropas. Por último uno de aquellos magos de la aguja de coser insinuó que podría ser catarro y que el cocinero debía llevar su bolsillo al médico.
Tras muchas horas de explicación a oficinistas de hospitales, enfermeras, camilleros, ancianos conserjes, y hasta un escalpelo preguntón y en desuso, el cocinero logró que una comisión de médicos lo atendiera.
Allí estaba el pobre hombre acostado sobre la mesa de operaciones de un quirófano, mientras unos cuarenta galenos lo observaban y movían meditabundos las cabezas. Una hora más tarde el médico más viejo auscultando el estómago del bolsillo, dictaminó que no era catarro. Hubo una gran ronda de ¡Uuumm!, y volvieron a revisarlo. Le tomaron la presión, introdujeron unas paleticas alargadas, bolsillo adentro, mientras lo iluminaban con minúsculas lamparitas. Tiempo después el catedrático en medicina, dirigiéndose a sus colegas comentó que quizás fuera un evidente caso de alergia. ¡Claro! eso podría ser.
Cuando ya el cocinero prácticamente no veía a su alrededor, las luces del quirófano le molestaban en la vista, llegaron los alergistas. Comenzaron preguntando qué había comido el bolsillo en las últimas horas. En seguida contestó el cocinero que lo normal, llaves, monedas y las notas de los pedidos del restaurante. Podría ser, podría ser, fue la frase que repitió uno de los alergistas. Quizá una de las notas de pedidos estaba en mal estado o no la habían conservado bien.
¡Eso! --gritó uno de los médicos--, debemos traer los productos con los que cocina el dueño del restaurante para probar si alguno le produce esa estornudadera al bolsillo.
Contentos ante la opción mandaron seis ambulancias a cargar con todas las comidas y especias del restaurante. Dos horas más tarde comenzaron las pruebas. No fue necesario esperar mucho. Apenas se destapó el pomo de pimienta un estruendoso ¡Aaatchííísss! se escuchó dentro del salón de operaciones acompañado de otros no tan fuertes, pero que le sirvieron de coro.
El bolsillo era alérgico a la pimienta. El cocinero quedó desconsolado. Las carnes se condimentan con pimienta, qué iba a hacer ahora. ¿Tendría que dejar su restaurante y abrir una dulcería? A él le gustaban los dulces, pero prefería cocinar comidas.
Cabizbajo llegó hasta su casa. En el patio jugaba su hijo con unos amigos. Al ver a su padre triste le preguntó por qué se hallaba en ese estado. El cocinero se sentó en los escalones que bajaban al patio y le contó el problema de la alergia del bolsillo.
–Bueno papá -–dijo el niño-- y si le pones un ziper al bolsillo. Así no aspira los polvos de pimienta, y bueno, si de todas formas le dan ganas de estornudar cerrado, no podrá lanzar las cosas hacia fuera.
El cocinero fue a ver al sastre nuevo en el negocio para que le pusiera un ziper al bolsillo estornudador, por aquello de que de bolsillo cerrado no salen moscas, y no tuvo que transformar su restaurante. Aunque de vez en cuando en la cocina, se escucha algún que otro estornudo contenido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

k wuay , me encanta k las cosas estornuden es tan ridiculo¡¡¡
y esto es muy vergonzoso para el bolsillo alergico aaachuuus¡¡¡

Anónimo dijo...

k wuay , me encanta k las cosas estornuden es tan ridiculo¡¡¡
y esto es muy vergonzoso para el bolsillo alergico aaachuuus¡¡¡