Lo de “Hay que llevarlo al psicólogo” es ya historia repetida. La primera ocasión que oyó hablar de él fue hace unos tres años, el día que la abuela lo sorprendió sobre una piedra en el patio de su casa en el campo, porque la abuela materna de Joan vive lejos de la ciudad. Lo que le preocupaba a la anciana no era estar parado en la piedra sino que estaba dándole un discurso a las gallinas, gallos y patos del corral en el que les explicaba dónde construiría un puente con tablas para que pudieran atravesar la zanja que corre por el patio.
Ayer se volvió a mencionar la palabra que empieza con p. Eso fue otro problema. Para Joan, que ya está en tercer grado, psicólogo se escribía sicólogo, pero en el viejo diccionario que hay en su casa no apareció la palabra. Por la noche al llegar su papá, Joan le preguntó y se enteró entonces que esa palabra proviene del griego. Los griegos son unas personas que se visten con una especie de sábana enredada por todo el cuerpo, y la escriben con p delante de la s. Como era tan tarde no pudo buscarla esa noche y entonces continuó el enredo, porque al buscarla en el diccionario de la escuela que es un Larousse bastante moderno la palabra no aparece por la p, sino en la s. Nada, que cada cual la escribe como quiere.
Joan está nervioso. Sentado en un descanso de la escalera mira ensimismado un punto entre el segundo escalón y el pasamanos. Mañana es el día de la consulta con el de la palabra con p, o con s. En la escuela escuchó cuando la maestra, en el receso, hablando con una asistente, decía que al hijo de su vecina lo llevarían al psicólogo porque tenía trastornos después de una caída. Joan, que él recuerde, no ha tenido ninguna en estos días. Es más, sin contar el arañazo en el codo que se hizo parando un gol, no se ha dado ningún golpe. Y la palabra trastornos su papá la usa cuando hay problemas.
Está ocasión fue porque la abuela lo pilló hablando con Rodobaldo, y le dijo a la madre del niño que estaba hablando solo. ¿Qué culpa tiene el pequeño de que su abuela tenga malos los ojos y no haya visto a su amigo, el fantasma? Ahora, si le dice que conversaba con un fantasma, y además trataba de consolarlo porque estaba deprimido, ahí si le da el patatús.
Rodobaldo tiene una historia triste, pues es un fantasma roquero. Viste chaqueta, jean ajustado y botas bastante empolvadas. Ahora están más sucias porque Claudia, sin darse cuenta, no lo vio, le dio un pisotón ayer. También le arrugó un poco la chaqueta, pero el no se molesta, no es muy limpio que digamos. En silencio Joan de vez en cuando le envidia que nadie lo obligue a bañarse.
Cuando la abuela lo sorprendió, Joan y Rodobaldo estaban intentando arreglar el conflicto de la música. El asunto es que el papá de Joan sólo escucha música salsa, y Rodobaldo no la resiste; cuando se pone rock, el que se altera es el papá. Los únicos momentos neutrales son cuando El Viajero, tío de Joan, está en el apartamento, y pone la música que le gusta: la clásica y algo que él llama niu eich
*. El fantasma la soporta bien, y al papá le cae simpático El Viajero y no protesta.
Ahora se le va a hacer más difícil consolar a Rodobaldo, pues tiene a la mamá y a la abuela dándole vueltas a cada rato. Rodi, como le dice el niño cariñosamente, es un fantasma triste. Por ser muy joven llegó cuando ya no quedaban castillos tremebundos, oscuros y lúgubres. Lo que recibió fue un apartamento moderno, pequeño y atestado de muebles del último grito, alarido dice El Viajero, de la moda. Sin contar que como el fantasma, en vida, le gustaba andar de parrandas nocturnas mientras que dormía de día, por castigo ahora sólo puede salir en horarios diurnos y descansar de noche. Y a la luz del sol es bastante difícil asustar a alguien con el corre-corre de los trajines diarios. Menos mal que Paola, a falta de cadenas oxidadas, le prestó la de sacar a pasear a Tito, su perro sato, y trajo además unos cassettes de su tía Ivet, la maga, y Joan se los pone cuando no hay nadie en casa.
En realidad, Joan no está tan preocupado como ayer. Desde que habló con Claudia, y le contó sus enredos con el doctor de la palabra que empieza con p, o con s, se siente más tranquilo. Claudia le aseguró que a Teresa también la llevaron al psicólogo, o al sicólogo, más bien psicóloga, que es una muchacha de lo más amable y conversadora. ¿Por qué llevaron a Tere? -Preguntó Joan entre mil dudas. Tal vez la psicóloga lo que atendía era una enfermedad para niñas. Claudia le susurró, después de Joan prometerle no decírselo a nadie, que fue porque siempre estaba con su amiga la Caperucita Roja. Joan se quedó asombrado, él nunca había visto a Teresa con la Caperucita, a lo que respondió Claudia antes de marcharse riendo a carcajadas:
--Teresa tampoco te ha visto con Rodobaldo.