Hace unos días vino a vivir en mi habitación un grillo. Cómo llegó al último cuarto de un antiguo apartamento en el segundo piso de un edificio que se halla en el mismo centro de la ciudad, es un misterio. Tal vez es un grillo errante, o quizás llegó de polizón dentro de la mochila de mi tío el Viajero.
Lo cierto es que ahí está, compartiendo mi desorden con Pussi y Peluso, un par de ratones grises que tienen su cueva en el marco de la puerta que comunica mi cuarto con el comedor. Dicho sea de paso la pareja de roedores pidió permiso para mudarse aquí, lo que no aclararon fue lo de su descendencia. Ahora son cerca de una docena de ratoncitos que se la pasan correteando por toda la casa. Suben por el cable de la antena del televisor, dan saltos y juegan por todo el patio formando un barullo de altura.
Pero volvamos a Cunegundo Segundo. Ese fue el nombre con el que bautizamos al señor grillo. Al principio quise ponerle Paganini, por lo de los conciertos después de medianoche (no es que Paganini fuera trasnochador, es la diferencia de hora con Italia, allá es de mañana cuando aquí andamos por el quinto sueño). Después pensé que por el bien de la carrera del grillo no debía nombrarlo así porque alguien podría censurarlo. Se imaginan, el grillo con una gran X roja sobre su cuerpo. Eso no vendría bien con su imagen artística, sin contar los carteles por todos los cuartos:
NO SE ADMITEN FALSOS CONCERTISTAS
Por fin, después de una veintena de nombres, posibles instrumentos para el fracaso de este aspirante a la sinfónica montuna, me decidí por Cunegundo II el Obstinado. Esto último se debe a que no es tan bueno con el violín, si alcanza tocar más de dos notas en una madrugada es un logro, pero empecinado sí es. Se la pasa ensayando la noche entera a riesgo de que lo declare grillo no grato en mi cuarto.
En las últimas semanas han aparecido carteles anunciando sus conciertos. Sospecho que para esto ha utilizado la complicidad de la familia Pusi-Peluso que son más arriesgados y se atreven a dejarse ver de día. Las trasnochadas y la vida bohemia de Cune no le permiten abandonar su sueño durante el día. Para colmo últimamente se las daba de galán. Tenía cinco cucarachas fanáticas a la música que no se perdían un concierto. Una noche al encender la luz las sorprendí embobecidas mientras el concertista demoraba su actuación con el pretexto de afinar su instrumento. ¡Vaya descaro! El cuarto corría el peligro de superpoblación y hambruna porque ya no alcanzaban las migajas que robaba de la mesa para alimentarles. Pero él hacía oídos sordos de mis protestas. Claro, con la emoción de tener público tocaba aún más alto. Tuve que hablar seriamente con él por las protestas de los vecinos.
Las cosas no iban sobre ruedas pero nos soportábamos. Él no decía nada del olor de mis tenis viejos, donde se ocultaba por el día, y yo no le comentaba lo de su desafinación, aunque en ocasiones tuve que taparme los oídos con algodón para conciliar el sueño.
El desastre fue ayer. Cuando se marchó esta mañana caminaba cabizbajo, y hasta me miro con tristeza. Y eso que le juré que no era mi culpa. Casi muere aplastado. Por suerte sólo hubo que lamentar la rotura del violín. Por mucho que se moleste, la culpa es de él, sabiendo que mi chancleta es rumbera se puso al lado de ella al empezar a tocar.
Lo cierto es que ahí está, compartiendo mi desorden con Pussi y Peluso, un par de ratones grises que tienen su cueva en el marco de la puerta que comunica mi cuarto con el comedor. Dicho sea de paso la pareja de roedores pidió permiso para mudarse aquí, lo que no aclararon fue lo de su descendencia. Ahora son cerca de una docena de ratoncitos que se la pasan correteando por toda la casa. Suben por el cable de la antena del televisor, dan saltos y juegan por todo el patio formando un barullo de altura.
Pero volvamos a Cunegundo Segundo. Ese fue el nombre con el que bautizamos al señor grillo. Al principio quise ponerle Paganini, por lo de los conciertos después de medianoche (no es que Paganini fuera trasnochador, es la diferencia de hora con Italia, allá es de mañana cuando aquí andamos por el quinto sueño). Después pensé que por el bien de la carrera del grillo no debía nombrarlo así porque alguien podría censurarlo. Se imaginan, el grillo con una gran X roja sobre su cuerpo. Eso no vendría bien con su imagen artística, sin contar los carteles por todos los cuartos:
NO SE ADMITEN FALSOS CONCERTISTAS
Por fin, después de una veintena de nombres, posibles instrumentos para el fracaso de este aspirante a la sinfónica montuna, me decidí por Cunegundo II el Obstinado. Esto último se debe a que no es tan bueno con el violín, si alcanza tocar más de dos notas en una madrugada es un logro, pero empecinado sí es. Se la pasa ensayando la noche entera a riesgo de que lo declare grillo no grato en mi cuarto.
En las últimas semanas han aparecido carteles anunciando sus conciertos. Sospecho que para esto ha utilizado la complicidad de la familia Pusi-Peluso que son más arriesgados y se atreven a dejarse ver de día. Las trasnochadas y la vida bohemia de Cune no le permiten abandonar su sueño durante el día. Para colmo últimamente se las daba de galán. Tenía cinco cucarachas fanáticas a la música que no se perdían un concierto. Una noche al encender la luz las sorprendí embobecidas mientras el concertista demoraba su actuación con el pretexto de afinar su instrumento. ¡Vaya descaro! El cuarto corría el peligro de superpoblación y hambruna porque ya no alcanzaban las migajas que robaba de la mesa para alimentarles. Pero él hacía oídos sordos de mis protestas. Claro, con la emoción de tener público tocaba aún más alto. Tuve que hablar seriamente con él por las protestas de los vecinos.
Las cosas no iban sobre ruedas pero nos soportábamos. Él no decía nada del olor de mis tenis viejos, donde se ocultaba por el día, y yo no le comentaba lo de su desafinación, aunque en ocasiones tuve que taparme los oídos con algodón para conciliar el sueño.
El desastre fue ayer. Cuando se marchó esta mañana caminaba cabizbajo, y hasta me miro con tristeza. Y eso que le juré que no era mi culpa. Casi muere aplastado. Por suerte sólo hubo que lamentar la rotura del violín. Por mucho que se moleste, la culpa es de él, sabiendo que mi chancleta es rumbera se puso al lado de ella al empezar a tocar.